Nené Traviesa
¡Quién
sabe si hay una niña que se
parezca a Nené! Un viejito que sabe mucho dice que todas las niñas son
como
Nené. A Nené le gusta más jugar a "mamá", o "a tiendas",
o "a hacer dulces" con sus muñecas, que dar una lección de "treses
y de cuatros" con la maestra que le viene a enseñar. Porque Nené no
tiene
mamá: su mamá se ha muerto: y por eso tiene Nené maestra.
A hacer dulces es a
lo que le gusta más a Nené jugar: ¿y por qué será?: ¡Quién sabe! Será
porque para jugar dulces le dan azúcar de veras: A
hacer dulces es a
lo que le gusta más a Nené jugar: ¿y por qué será?: ¡Quién sabe! Será
porque para jugar dulces le dan azúcar de veras: ¡Quién sabe! Será
porque para jugar dulces le dan azúcar de veras: por
cierto que los dulces
nunca le salen bien de la primera vez: ¡son unos dulces más difíciles!:
siempre tiene que pedir azúcar dos veces. Y se conoce que Nené no
quiere dar
trabajo a sus amigas; porque cuando juega a paseo, o a comprar, o a
visitar,
siempre llama a sus amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca. Y
una vez
le sucedió a Nené una cosa muy rara: le pidió a su papá dos centavos
para
comprar un lápiz nuevo, y se le olvidó en el camino, se le olvidó como
si no
hubiera pensado nunca en comprar el lápiz: lo que compró fue un
merengue de
fresa. Eso se supo, por supuesto; y desde entonces sus amiguitas no le
dicen Nené,
sino "Merengue de Fresa".
El padre de Nené la quería mucho. Dicen
que no trabajaba bien cuando no había visto por la mañana a "la
hijita". Él no le decía "Nené", sino "la hijita".
Cuando su papá venía del trabajo, siempre salía ella a recibirlo con
los
brazos abiertos, como un pajarito que abre las alas para volar; y su
papá la
alzaba del suelo, como quien coge de un rosal una rosa. Ella lo miraba
con mucho
cariño, como si le preguntase cosas: y él la miraba con los ojos
tristes, como
si quisiese echarse a llorar. Pero en seguida se ponía contento, se
montaba a
Nené en el hombro, y entraban juntos en la casa, cantando el himno
nacional.
Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejaba ver
cuando
tenía figuras; y a ella le gustaban mucho unos libros que él traía,
donde
estaban pintadas las estrellas, que tiene cada una su nombre y su
color: y allí
decía el nombre de la estrella colorada, y el de la amarilla, y el de
la azul,
y que la luz tiene siete colores, y que las estrellas pasean por el
cielo, lo
mismo que las niñas por un jardín. Pero no: lo mismo no: porque las
niñas
andan en los jardines de aquí para allá, como una hoja de flor que va
empujando el viento, mientras que las estrellas van siempre en el cielo
por un
mismo camino, y no por donde quieren: ¿quién sabe?: puede ser que haya
por allá
arriba quien cuide a las estrellas, como los papás cuidan acá en la
tierra a
las niñas. Sólo que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores
de
luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo: y dicen
que en
las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá: y su papá dice que
en un
libro hablan de que uno se va a vivir a una estrella cuando se muere.
"Y
dime, papá", le preguntó Nené: "¿por qué ponen las casas de los
muertos tan tristes? Si yo me muero, yo no quiero ver a nadie llorar,
sino que
me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul".
"¿Pero, sola, tú sola, sin tu pobre papá?" Y Nené le dijo a su papá:
–"¡Malo, que crees eso!" Esa noche no
se quiso ir a dormir
temprano, sino que se durmió en los brazos de su papá. ¡Los papás se
quedan
muy tristes, cuando se muere en la casa la madre! ¡Las niñitas deben
querer
mucho, mucho a los papás cuando se les muere la madre!
Esa noche que hablaron de las estrellas
trajo el papá de Nené un libro muy grande: ¡oh, como pesaba el libro!:
Nené
lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que
la
cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su padre
vino
corriendo, y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que
no tenía
seis años todavía y quería cargar un libro de cien años. ¡Cien años
tenía
el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de
cien
años, pero el viejito tenía una barba muy larga, que le daba por la
cintura. Y
lo que dice la muestra de escribir, que los libros buenos son como los
viejos:
"Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo": eso dice la muestra
de escribir. Nené se acostó muy callada, pensando en el libro. ¿Qué
libro
era aquel, que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se despertó,
en eso
no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere
saber
cómo está hecho por dentro un
libro de cien años que no tiene barbas.
Su papá está lejos, lejos de la casa,
trabajando para ella, para que la niña tenga casa linda y coma dulces
finos los
domingos, para comprarle a la niña vestiditos blancos y cintas azules,
para
guardar un poco de dinero, no vaya a ser que se muera el papá, y se
quede sin
nada en el mundo "la hijita". Lejos de la casa está el pobre papá,
trabajando para "la hijita". La criada está allá adentro, preparando
el baño. Nadie oye a Nené: no la está viendo nadie. Su papá deja
siempre
abierto el cuarto de los libros. Allí está la sillita de Nené, que se
sienta
de noche en la mesa de escribir, a ver trabajar a su papá. Cinco
pasitos, seis,
siete... ya está Nené en la puerta: ya la empujó; ya entró. ¡Las cosas
que
suceden! Como si la estuviera esperando estaba abierto en su silla el
libro
viejo, abierto de medio a medio. Pasito a pasito se le acercó Nené, muy
seria,
y como cuando uno piensa mucho, que camina con las manos a la espalda.
Por nada
en el mundo hubiera tocado Nené el libro: verlo no más, no más que
verlo. Su
papá le dijo que no lo tocase.
El libro no tiene barbas: le salen muchas
cintas y marcas por entre las hojas, pero esas no son barbas: ¡el que
sí es
barbudo es el gigante que está pintado
en el libro!: y es de colores la
pintura, unos colores de esmalte que lucen, como el brazalete que le
regaló su
papá. ¡Ahora no pintan los libros así! El gigante está sentado en el
pico de
un monte, con una cosa revuelta, como las nubes del cielo, encima de la
cabeza:
no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un
blusón, como
los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas
pintadas,
de plata y de oro: y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie
del
monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube
la cuerda
para ir al trapecio el hombre del circo. ¡Oh, eso no se puede ver de
lejos! Nené
tiene que bajar el libro de la silla. ¡Cómo pesa este pícaro libro!
Ahora sí
que se puede ver bien todo. Ya está el libro en el suelo.
Son cinco los hombres que suben: uno es un
blanco, con casaca y con botas, y de barba también: ¡le gustan mucho a
este
pintor las barbas!: otro es como indio, sí, como indio, con una corona
de
plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el
cocinero,
pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se
parece al
chino, y lleva un sombrero de pico, así como una pera: el otro es negro,
un
negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir!
¡por
eso no quería su papá
que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más,
para que no se enoje su papá. ¡Muy bonito que es este libro viejo! Y
Nené está
ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los
ojos.
¡Por poco se rompe la hoja! Pero no, no se
rompió. Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve bien.
Eso no
lo va a ver nadie. ¡Ahora sí que está bueno el libro este! Es mejor,
mucho
mejor que el arca de Noé. Aquí están pintados todos los animales del
mundo.
¡Y con colores, como el gigante! Sí, ésta es, esta es la jirafa,
comiéndose
la luna: este es el elefante, el elefante, con ese sillón lleno de
niñitos. ¡Oh,
los perros, cómo corre, cómo corre este perro! ¡ven acá, perro! ¡te voy
a
pegar, perro, porque no quieres venir! Y Nené, por supuesto, arranca la
hoja.
¿Y qué ve mi señora Nené? Un mundo de monos es la otra pintura. Las dos
hojas del libro están llenas de monos: un mono colorado juega con un
monito
verde: un monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo, que
anda como un
hombre, con un palo en la mano: un mono negro está jugando en la yerba
con otro
amarillo: ¡aquellos, aquellos de los árboles son los monos niños! ¡qué
graciosos! ¡cómo juegan! ¡se mecen por la
cola, como el columpio! ¡qué
bien, qué bien saltan! ¡uno, dos, tres, cinco, ocho, dieciséis,
cuarenta y
nueve monos agarrados por la cola! ¡se van a tirar al río! ¡se van a
tirar al
río! ¡visst! ¡allá van todos! Y Nené, entusiasmada, arranca al libro
las
dos hojas. ¿Quién llama a Nené, quién la llama? Su papá, su papá, que
está
mirándola desde la puerta.
Nené no ve. Nené no oye. Le parece que su
papá crece, que crece mucho, que llega hasta el techo, que es más
grande que
el gigante del monte, que su papá es un monte que se le viene encima.
Está
callada, callada, con la cabeza baja, con los ojos cerrados, con las
hojas rotas
en las manos caídas. Y su papá le está hablando: –"¿Nené, no te dije
que no tocaras ese libro? ¿Nené, tú no sabes que ese libro no es mío, y
que
vale mucho dinero, mucho? ¿Nené, tú no sabes que para pagar ese libro
voy a
tener que trabajar un año?" Nené, blanca como el papel, se alzó del
suelo, con la cabecita caída, y se abrazó a las rodillas de su papá:
–"¡Mi papá", dijo Nené, "mi papá de mi corazón! ¡Enojé a
mi papá bueno! ¡Soy mala niña! ¡Ya no voy a poder ir cuando me muera a
la
estrella azul!"
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